La carnicería
Espejo,
espejo rutilante
dime por qué hoy
y no antes?
De niño fue boyero
de joven supo ser albañil
después aprendió el oficio
de la maza
desnucando reses
en el matadero.
(Quizá ascendió
y supo degollarlas
y cuerearlas).
Trozarlas
fue su vida
con sierras y
cuchillos
pudo cortar
un fino bife
o un asado ancho
para el deleite
de otros paladares.
Siempre hizo lo
mismo
(nunca supo hacer
otra cosa)
levantarse temprano
tomar mate cocido
del termo
y esculpir con su afilado
cuchillo
la indefensa res (media)
que colgada lo esperaba.
Tampoco pudieron resistir
el rigor de sus cuchillas
-afiliadas a la chaira-
otros pobres animales
cerdos en este caso
que finamente picados
eran embutidos
en sus propias
tripas:
exquisiteces de la chacra
que nunca tuvimos.
La caja de todas las noches
ni mucho ni poco
sino sólo algo para
pagar las deudas y
unos pocos gustos y
unos pocos gastos.
Todas las mañanas
a la misma hora
de madrugada.
Los ritos del descuartizamiento
deben ser siempre
precisos
y sus nombres
obedecen a la escuela
iniciática del
lugar:
palomita, cuadril,
nalga, jamón blanco o negro,
(también llamado pesceto)
osobuco, puchero
restos y sobras (para los perros)
achuras (vísceras y entrañas)
sesos, patitas de chancho...
Y la lista sigue
de cabo a rabo
ninguna parte de la
anatomía es despreciada
a la hora del
hambre y el cuchillo.
Una vieja bicicleta inglesa
con frenos a varilla
lo llevaba.
Nunca supo adónde.
1 Comments:
Tu poema me gustó mucho y despertó en mí muchas emociones. Entre ellas, quizás la menos comprensible fue el recuerdo de la canción de Baglietto que te mando a continuación. Como vos sos psicoanalista, verás quizás si también te produce alguna asociación.
QUE SON ESAS PALABRAS
Veinte años vivieron el uno junto al otro,
veinte años de cardo de cereal y de trilla,
la rueda del molino, acompasaba las horas
y el invierno dormía en la hiedra amarilla.
El cuidaba de todo, con prudencia callada,
lo mismo los ganados, que la cosecha fina,
ella cruzaba el patio, como rueda de espuela,
entre el pozo de agua, la mesa de harina.
En inviernos atroces, en veranos soleados,
durante veinte años, se hicieron compañía,
nunca se preguntó, si la había querido,
que son esas palabras, estaba y la tenia.
El no necesitaba noción mas detallada,
que conocer su nombre, y el nombre lo sabia,
él la llamaba Carmen en la sombra y la tarde,
cuando la luz es lámpara de mecha tardía.
Veinte años vivieron el uno junto al otro,
sin ver apenas médico, peón, colono, artista,
el tren pasaba lejos como un cuento de infancia,
y el no se preguntaba si en verdad la quería.
Ella murió lustrando la vajilla de plata,
en el ancho silencio de la tarde vacia,
el aprendió de golpe, como caen las heladas,
que el amor es amor, aunque no se lo diga.
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